domingo, 15 de marzo de 2009

Golondrinas y vencejos

Ahora que huele a primavera, que la naturaleza explota, que los cielos se cubren de sol, que hasta las nubes son un adorno más para embellecer las hojas del calendario, es inminente la llegada de las primeras golondrinas. Y nadie como el maestro Ramón supo conversar con ellas y sacarles toda su esencia.

Dejamos aquí una muestra del arte del gran maestro de la greguería, para disfrute de todos los moradores del Jardín de los instantes perdidos.

Las golondrinas cortan con las tijeras de sus alas el traje de la tarde.

La golondrina es una flecha mística en busca de un corazón.

Aunque lo duden los ignorantes, las golondrinas saben cuándo es domingo.

La golondrina que vuela se hace la borracha pero no está borracha.

Golondrina: bigotes postizos del aire.

La golondrina es la alabarda contra el viento.

Los vencejos silban a nuestros malos pensamientos.

La golondrina marca de inmortalidad nuestro paso por la tierra y pone su sello alegre en nuestro pasaporte, que no será válido en su hora si no lleva ese paréntesis que vuela.

La golondrina se baña un instante en el agua como la mano que roza la pila de agua bendita y después traza la persignación de su vuelo.

La hora en que las golondrinas salen del colegio.

Las golondrinas abren las hojas del libro de la tarde como incesantes cortapapeles que nos han traído de Alejandría.

Las únicas que saben de arquitectura comparada son las golondrinas.

Las golondrinas bordan en el cielo de sus vuelos el manto que piensan regalar a la Virgen.

Las golondrinas de la tarde se paraban en el pentagrama de las arrugas de la frente de Beethoven.

La golondrina llega de tan lejos porque es flecha y arco al mismo tiempo.

Las golondrinas imitan con sus chirridos y silbos el frenar de los autos cuando reprimen sus cuatro ruedas frente al portal del verano.

Las golondrinas juegan al fútbol sin pelota.

Las golondrinas llenan de firmas el pergamino del cielo en homenaje del buen tiempo.

Las golondrinas parece que escriben en los cielos claros largas cuar­tillas escritas en latín quizás, o quizá en jeroglíficos y signos egip­cios.

Las golondrinas rozan apenas el estanque como si tomasen el agua suficiente para persignarse.

¿Conmemoran los domingos los vencejos?... Parece que sí. Sobre el cielo de la tarde de los domingos -desanimado como si hubiese absorbido toda la alta festividad lo bajo, la tierra rasera, la tierra de los merenderos y todo lo que en el domingo es achaparrado, los jar­dines, las plazas, todo-, sobre el cielo de la tarde de los domingos juegan muchísimos vencejos, más que los demás días... ¿Es que salen ese día los vencejos que trabajan toda la semana en oscuros rincones, los vencejos tenderos, los vencejos horteras, los vencejos criados y criadas?...

La golondrina es escritura, palotes y comas reunidos por la pluma expedita del escriba esparcido del destino.

Las golondrinas se meten en sus nidos antes de que anochezca mucho, porque las da mucho asco que las confundan con los murciélagos.

Las golondrinas se pasan poniendo al aire banderillas al quiebro.

¡Qué bien tuerce la esquina la golondrina!

Las golondrinas son de la cruz roja del alma.

Los vencejos rayan con sus pitidos el cristal del cielo, o dicho de otra manera: "Los vencejos apolillan las tardes azules".

Las golondrinas son los pájaros vestidos de etiqueta.

Las golondrinas tienen a veces vuelo de ciclistas.

Las primeras golondrinas salen de los ojos negros de las mujeres jóvenes.

Se sentían las chillonas golondrinas como una escarapela cursi del sombrero de la tarde.

Tres golondrinas paradas en el hilo del telégrafo forman el broche de la tarde.

Las golondrinas tienen prohibido casarse con los vencejos.

Hay una golondrina de la bandada que se ve que lleva el libro de señas.

Las golondrinas juegan sobre la calle del cielo que corresponde a nuestra calle de tierra como párvulos en vacaciones o al salir de las escuelas.

Los vencejos tienen más de patinadores que de voladores... Pati­nan en el aire, se dejan ir, se ladean, se envuelven unos a otros, van juntos en las curvas, igual que patinadores, con sus mismos den­gues y sus mismas coqueterías, con su misma caballerosidad y su misma puerilidad.

Las golondrinas juegan al tobogán del aire.

La golondrina que da vuelta rápida a la esquina parece que lleva en el pico un alfiler a la dama que lo necesita con urgencia.

La golondrina se encoge de hombros en medio de su vuelo.

Las golondrinas entrecomillan el cielo.

®amón

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