domingo, 1 de marzo de 2009

Tiempo de relojes

En nuestro jardín siguen proliferando las malas hierbas. Por mucho que trato de arrancarlas, ellas parece que se extienden más y más, así que habrá que dejarlas por esta vez referirse a los relojes y los despertadores.

Espero que su presencia no afee mucho tan paradisíaco lugar.

Deberíamos tener dos despertadores: uno para los sueños buenos y otro para los malos.

Los despertadores se quejan al sindicato de relojes por tener que trabajar toda la noche sin cobrar plus de nocturnidad.

A los relojes hay que darles cuerda como si fueran alpinistas.

El verdadero invento sería el reloj de arena sumergible.

No se debe prolongar la agonía de un reloj al que se le está terminando la pila. Da pena verlo sufrir, ver cómo primero se va quedando atrás el segundero y cómo no tiene fuerza para subir hasta la vertical, re­bo­tando contra sí mismo mientras su corazón late cada vez con menos fuerza. Es mejor darle un tiro de gracia, liberarle cuanto antes de esa pila gastada y dejarle descansar en paz hasta que le pongamos otra pila nueva.

A veces, al mirar el reloj, confundimos las dos manecillas, de tal forma que cuando advertimos nuestro error, ganamos o perdemos una hora en apenas unos segundos.

Los relojes nos engañan, es evidente. No es posible que siempre marchen a la misma velocidad. Hay ratos, cuando nadie se fija en ellos -y los relojes saben entonces que nadie los mira- en que sus mane­cillas traviesas corretean por la esfera brillante de su superficie, dando vueltas y vueltas como locas. En cambio, cuando saben que las están mirando, adoptan un paso solemne y marcial, ponen cara de for­malitas.

Aquel reloj parecía ir en hora, pero en realidad atrasaba: marcaba la hora de ayer.

El despertador es el hilo que nos mantiene vivos durante la noche.

Cuando la enfermera nos toma el pulso es cuando nos damos cuenta de la verdadera importancia que tienen los relojes.

Compraba relojes usados hasta que por fin puso un negocio de venta de rubíes.

Todo despertador lleva dentro de sí el espíritu de un gallo sacrificado.

Cuando vemos que nuestro reloj marca una hora diferente de la que vemos en otros relojes, lo primero que pensamos es que son los otros los que están equivocados.

El reloj de la muerte es el único que no atrasa.

En aquella casa eran siempre las diez de la mañana, porque el gran reloj de pared, estropeado, se había detenido al llegar a esa hora.

Los despertadores son los relojes policías.

Esos relojes antiguos que colgaban de una cadena del bolsillo, nos recordaban que estamos encadena­dos al tiempo.

Gitano que corre: reloj escapado de su dueño.

El despertador es como ese cobrador inoportuno que llama a nuestra puerta. Nunca es bien recibido.

Hay veces que llevamos el reloj de pulsera tan apretado, que al quitárnoslo se nos quedan marcadas en la piel la correa, el broche y la esfera de un imaginario reloj de carne.

La manecilla fija del despertador tiene envidia de sus otras hermanas que siempre están dando vueltas por la esfera del reloj.

La X es el reloj de arena del alfabeto.

Lo que más rabia le da al reloj es esa humillante hora que le ponemos y le quitamos dos veces al año. Es lo que más le desconcierta.

Lo que más teme el despertador es ese manotazo en la cabeza que recibe cada mañana. ¡De esa forma le agradecen los servicios prestados!

Los dientes de los engranajes del reloj se van comiendo nuestro tiempo sin que nos demos cuenta.

Los grillos son el reloj de la naturaleza, pero les faltó el mecanismo despertador. Por eso existen los gallos.

No me gustan los relojes cuadrados porque en sus esquinas siempre quedan restos del tiempo pasado, unos restos difíciles de eliminar.

¿Y si se parasen de pronto todos los relojes? ¿Se pararía el tiempo? En todo caso, perderíamos la cuenta de los segundos que han transcurrido y tendríamos que volver a empezar desde cero.

El despertador que suena produce siempre una lluvia de cristales rotos.

Hay mañanas en que al despertador le da por no sonar y nos hace llegar tarde a una cita. ¿Habrá sido un descuido de su maquinaria, o la fatiga después de toda una noche funcionando? A lo mejor conocía nuestros sueños felices y sintió lástima de romper la magia de ese instante.

Muchas veces la pesadilla no es ese sueño obsesivo que tenemos, sino el despertador que nos trans­porta de nuevo a la realidad.

Una de las mayores tristezas de la vida es el sonido de la alarma del despertador por las mañanas.

Las brújulas son relojes mancos.

El despertador es el espía de nuestros sueños.

Las diez y diez: hora en que todos los relojes van al fotógrafo.

Juan Balleste®

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