martes, 4 de junio de 2013

Con la música a otra parte

Ha vuelto a abrirse la verja del jardín. Han crecido muchas malas hierbas esta primavera; todo está muy descuidado y frío. El aire parece susurrar viejas meoldías; quizá sea mejor, después de todo, irse con la música a otra parte.

Los pianos siempre están preparados para ir de fiesta.

El violín suena a llanto de niño.

El saxofonista fuma música.

Las castañuelas deberían producir perlas musicales.

El pentagrama es la cárcel de las notas musicales.

Lo malo del que toca la flauta travesera en una orquesta es que siempre le está dando codazos al músico que tiene a su lado.

El sonido del piano siempre nos recuerda al de las gotas de lluvia.

Lo más insólito: aprender a tocar el contrabajo sin ningún trabajo.

¡ Qué bien se han peinado los cabellos las guitarras!

Cuando el pianista pisa los pedales de su instrumento, parece que fuera a acelerar o frenar el ritmo de la música.

No sé por qué, pero al intérprete del arpa lo asociamos siempre con una mujer rubia de largos cabellos abrazada a su amante.

Los pianos de cola deberían ser blancos, como los trajes de novia.

Pentagrama: raíles por donde circula el tranvía de la música.

Los ritmos musicales modernos tienen nombres alimenticios.

Si el director de orquesta cambiase la batuta por un pincel, podría crear algo así como cuadros musicales.

Al caer sus lágrimas sobre el pentagrama se convirtieron en las notas musicales de aquel adagio triste que estaba componiendo.

En las salas de conciertos, la tos va rebotando como un eco de unos espectadores a otros.

Ella toca el violín y él la viola.

En los grandes orfeones siempre nos parece que hay uno que sólo mueve los labios sin cantar.

Las teclas de los pianos se pintan las uñas de negro.

Lo que mejor suena en los conciertos son esas toses que brotan de las gargantas de algunos espectadores.

El único órgano que no suena al tocarlo: el órgano sexual.

Un adulto tocando la zambomba es un acto absolutamente obsceno.

La sinfonía o el concierto no llegan a su punto culminante hasta que el director de orquesta no se despeina.

El piano es un instrumento que compra el padre para que lo toque la hija y presuma la madre.

El sonido de los discos viejos está lleno de migas, como si durante la grabación se hubieran comido sobre ellos la merienda los intérpretes.

Los violines son los hijos de los violonchelos, unos niños traviesos y revoloteadores a los que de cuando en cuando el músico tira de las orejas para que se porten bien.

El solfeo se aprende mejor en los días nublados.

Las teclas blancas y negras de los pianos son su código de barras.


Juan Balleste®

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