martes, 6 de enero de 2009

La Giralda de Sevilla

Hoy encontramos en nuestro jardín algunas malas hierbas que no hemos podido arrancar, y que se refieren al monumento más bello y emblemático de la capital andaluza: la Giralda de Sevilla.

Que me perdonen los sevillanos el atrevimiento de poner mis mugrientas manos sobre esas piedras centenarias.

La Giralda es un enorme cirio que ilumina la Semana Santa sevillana.

La Giralda es un faro que escudriña cada rincón de la ciudad, cada callejuela, cada árbol y cada pisada.

Al ver la Giralda de Sevilla nadie diría que es una niña de más de 800 años.

La Giralda, con sus ventanas y tragaluces de formas caprichosas, parece un instrumento de viento que se alza y se recorta en el cielo, por el que el aire, al colarse, compone la melodía de la ciudad.

En Semana Santa, la Giralda elevándose hacia el cielo es como el cofrade de honor de todas las hermandades de la ciudad.

La Giralda es la gran sombrilla plegada contra el bochornoso calor estival.

A la Giralda, no se sabe por qué, le faltó la cola de su traje de flamenca.

En el fondo, la Giralda desearía ser la Torre del Oro para poder mirarse y admirarse, como hace ésta, en las aguas del río Guadalquivir.

Con la tinta invisible que lanza al aire la Giralda se escribe la belleza de Sevilla.

La Giralda apaga su sed estival con manzanilla.

Los suicidas que se tiraban desde lo alto de la Giralda eran durante unos segundos fotógrafos involuntarios de la belleza de sus fachadas.

Quien ha observado la Giralda durante la madrugá, sabe que impone su silencio al paso del Gran Poder, pero que agita sus invisibles cascabeles al aparecer la Virgen Macarena y la Esperanza de Triana.

A veces, mirando la Giralda, da la sensación de que por fin va a echarse a andar.

La Giralda es como el soneto que culmina la belleza de Sevilla.

Las réplicas de la Giralda existentes en Badajoz, Carmona, Arbós o Kansas City tienen esa tristeza de los disfrazados de carnaval, conscientes de la impostura que se esconde debajo de su apariencia.

La gran pena de la Giralda es no poder verse reflejada en el río Guadalquivir.

Hay quien está tentado de ponerle cuerdas a la Giralda para convertirla en una especie de guitarra.

A la Giralda, con el paso de los siglos, los visitantes le han ido robando los caireles que colgaban de sus muros y ventanas.

Durante la feria de abril, la Giralda se viste con su invisible traje de flamenca.

Hay una Giralda recién levantada, con la carita limpia y natural; otra Giralda para las horas centrales del día, vestida con ropa cómoda y ligeramente maquillada, y otra Giralda nocturna, meticulosamente pintada y luciendo todos sus encantos, que es la envidia de todas las torres del mundo y capaz de eclipsar hasta a la propia Luna llena.

La Giralda es sevillana por fuera, pero se siente profundamente bética en su interior.

La tristeza de subir a lo alto de la Giralda es que desde allí no se ve la Giralda.

No hay vértigo comparable al que siente el pobre Giraldillo encaramado en lo alto de la Giralda.

Después de cada Semana Santa, a la Giralda deberían limpiarle los goterones de cera derretida que quedan colgando en lo alto de sus paredes.

En el interior de la Giralda se echan de menos unas escaleras para impresionar a los visitantes que gustan de contar el número de escalones que hay que recorrer hasta la cúspide de los monumentos.

Mientras no se llega al pie de la Giralda no se puede decir que se ha estado en Sevilla.

Una de las cosas que más rabia le da a la Giralda es no poder ponerse pendientes.

En la madrugá, hasta la Giralda parece llorar cera.

La Giralda iluminada de noche parece una mujer fantasma.

A veces la Giralda se siente juguetona y le entran ganas de cambiar la orientación de sus fachadas.

La imagen de la Giralda recortándose a lo lejos sobre el cielo es lo que hace más bello vivir en el barrio de Triana.

Durante la noche, el Giraldillo parece la llama que desprende el gran cirio que es la Giralda iluminada.

La Giralda es un termómetro para medir las altas temperaturas de Sevilla durante los meses de verano.


Juan Balleste®

1 comentario:

  1. La Giralda es aquel bello rincón del mundo, donde Antonio y Estefanía, sellaron su amor para la eternidad.

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